Este año 2020 la Solemnidad de Pentecostés cae el 31 de mayo, día en que se celebra la Fiesta de la Visitación. Esto nos lleva a considerar el interesante paralelo que hay entre estas dos celebraciones.
Después de todo, llamamos a la Virgen María “Esposa del Espíritu Santo”[1]. Ya en la Encarnación[2] la cubrió la sombra del Espíritu Santo, y ella siguió sus impulsos para llevar a Cristo a los demás, con tanta rapidez[3] como lo hizo San Pedro en Pentecostés[4]. Así como el saludo de la Virgen purificó a Juan Bautista en el seno de su madre y trajo el Espíritu Santo a la misma Santa Isabel[5], las palabras de San Pedro encendieron en muchos el deseo del bautismo y del don del Espíritu Santo[6].
El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Como Dios, Él ha estado actuando en orden a cumplir sus designios desde el principio de los tiempos. Ya en las primeras páginas de la Escritura encontramos referencias al Espíritu Santo: en la creación[7], hablando a través de los profetas[8], revelando a Cristo al mundo[9] y guiando a la Iglesia primitiva[10]. En este tiempo de la historia, la misión del Espíritu Santo es guiarnos y santificarnos para construir el Reino[11].
Los discípulos tuvieron que aprender de Jesús acerca el Espíritu Santo y el papel que Éste tendría en sus vidas. En la última cena Jesús les dijo, “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.”[12]
Así, Jesús promete que el Espíritu Santo estará siempre allí para aquellos que obedezcan sus mandamientos. La primera demostración de esto es su Madre. María, en su pureza, ha siempre escuchado al Espíritu Santo y seguido sus inspiraciones sin vacilar. Por consiguiente, debemos tomarla como ejemplo de atención a las inspiraciones del Espíritu Santo, de discernimiento de espíritus y de prontitud para llevar a cabo lo que oímos en esas inspiraciones.
Primero, en orden a estar atentos a las mociones del Espíritu Santo como la Virgen, debemos ser puros. Esto significa que debemos deshacernos de todo aquello en nuestras vidas que nos aparte de Dios. Nos será imposible oír al Espíritu Santo cuando nos hable si estamos distraídos con otras cosas[13], porque Él habla en la paz y el silencio[14].
En segundo lugar, debemos discernir los espíritus. En otras palabras, debemos ser capaces de distinguir la voz del Espíritu Santo de nuestros pensamientos humanos o, incluso, de las mociones del espíritu maligno. Para esto debemos ser prudentes, tal como la Virgen lo fue. Después de todo, Ella “se preguntaba qué significaría este saludo”[15], porque el Espíritu de Dios lleva siempre a cosas grandes, más altas que el deseo de comodidad o las ansias de gloria.
Tercero, ¡debemos estar listos para hacer todo lo que Él nos pida[16]! Aun cuando, a veces, el Espíritu puede arrancarnos de nuestra comodidad, los frutos de vivir en docilidad con el Espíritu Santo valen mucho la pena. Y no sólo eso, el mismo Espíritu Santo vendrá en nuestro auxilio dándonos sus dones[17].
Entonces, pidamos a ésta, nuestra maravillosa Madre, la Bienaventurada Virgen María, que nos ayude cada día a imitarla en su relación con el Espíritu Santo, y a vivir los frutos del Espíritu, que son amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí[18].
En Jesús, María y José.
Hna. Mary of the Holy Family.
[1] Cf. Letanías al Inmaculado Corazón de María
[2] Cf. Lc 1, 35
[3] Cf. Lc 1, 39
[4] Cf. Hch 2, 4. 14 ss
[5] Cf. Lc 1, 41
[6] Cf. Hch 2, 37-38
[7] Cf. Gen 1, 2
[8] V.g: Cf. Ne 9, 29-31
[9] V.g: Cf. Mt 3, 16-17
[10] V.g: Cf. Hch 16, 6
[11] Cf. 1 Co 12
[12] Jn 14, 15-17
[13] Cf. Lc 10, 41
[14] Cf. 1 Re 19, 11-13
[15] Lc 1, 29
[16] Cf. Jn 2, 5
[17] Los siete dones del Espíritu Santo son: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.
[18] Cf. Gal 5, 22