San luis Maria Grignon de Montfort y La Esclavitud Marian

 

San luis Maria Grignon de Montfort y La Esclavitud Mariana

a la luz de San Juan Pablo II

En este día en que la Iglesia celebra a San Luis María Grignon de Montfort, queremos referirnos a un aspecto central de su espiritualidad y doctrina, la consagración total a María en materna esclavitud de amor según lo enseña en el santo en su obra “Tratado de la Verdadera Devoción a María”.  San Luis María enseña en el Tratado de la Verdadera Devoción a María nº 55:

«Sí, Dios quiere que su Madre santísima sea ahora más conocida, amada y honrada que nunca. Lo que sucederá, sin duda, si los predestinados, con la gracia y luz del Espíritu Santo, entran y penetran en la práctica interior y perfecta de la devoción que voy a manifestarles en seguida. Entonces verán claramente, en cuanto lo permite la fe, a esta hermosa estrella del mar, y, guiados por ella, llegarán a puerto seguro a pesar de las tempestades y de los piratas. Entonces conocerán las grandezas de esta Soberana y se consagrarán enteramente a su servicio como súbditos y esclavos de amor».

Por lo tanto, con la gracia y luz del Espíritu Santo, debemos esforzarnos por entrar y penetrar en la práctica interior y perfecta de esta devoción a María. Para profundizar en la importancia de la colosal y profética obra de San Luis María, quisiera seguir las enseñanzas y el ejemplo de San Juan Pablo Magno, padre de nuestra Familia Religiosa, por encontrarnos en el centenario de su nacimiento y porque en su vida y pontificado, encontramos una perfecta síntesis de este ideal y un claro y acabado ejemplo de una vida “marianizada”, totalmente centrada en María. Su pontificado, de hecho, estuvo enmarcado, entre otras cosas, por grandes hitos marianos: resaltado por su lema y escudo con las palabras Totus tuus Maria, por el evento que salvó milagrosamente la vida del Pontífice del atentado de muerte, el día 13 de mayo de 1981, memoria nuestra Señora de Fátima, así como por el jubileo de los dos mil años de la Encarnación del Verbo en el seno de María.

Testimonio de S. Juan Pablo II sobre St. Luis Maria

«San Luis María Grignion de Montfort constituye para mí una significativa figura de referencia, que me ha iluminado en momentos importantes de la vida. Cuando trabajaba en la fábrica Solvay de Cracovia siendo seminarista clandestino, mi director espiritual me aconsejó meditar en el “Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen”. Leí y releí muchas veces y con gran provecho espiritual este valioso librito de ascética, cuya portada azul se había manchado con sosa cáustica. Al poner a la Madre de Cristo en relación con el misterio trinitario, Montfort me ayudó a comprender que la Virgen pertenece al plan de la salvación por voluntad del Padre, como Madre del Verbo encarnado, que concibió por obra del Espíritu Santo. Toda intervención de María en la obra de regeneración de los fieles no está en competición con Cristo, sino que deriva de él y está a su servicio. La acción que María realiza en el plan de la salvación es siempre cristocéntrica, es decir, hace directamente referencia a una mediación que se lleva a cabo en Cristo. Comprendí entonces que no podía excluir a la Madre del Señor de mi vida sin dejar de cumplir la voluntad de Dios trino, que quiso “comenzar a realizar” los grandes misterios de la historia de la salvación con la colaboración responsable y fiel de la humilde Esclava de Nazaret»[1].

María, singular don de Dios

Dice S. Juan Pablo II: « A lo largo de su historia, el pueblo de Dios ha experimentado este don hecho por Jesús crucificado: el don de su Madre. María santísima es verdaderamente Madre nuestra, que nos acompaña en nuestra peregrinación de fe, esperanza y caridad hacia la unión cada vez más intensa con Cristo, único salvador y mediador de la salvación (cf. Lumen gentium, 60 y 62). Como es sabido, en mi escudo episcopal, que es ilustración simbólica del texto evangélico recién citado, el lema Totus tuus se inspira en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort (cf. Don y misterio, pp. 43-44; Rosarium Virginis Mariae, 15). Estas dos palabras expresan la pertenencia total a Jesús por medio de María: “Tuus totus ego sum, et omnia mea, tua sunt”, escribe san Luis María; y traduce: “Soy todo vuestro, y todo lo que tengo os pertenece, ¡oh mi amable Jesús!, por María vuestra santísima Madre” (Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen, 233). La doctrina de este santo ha ejercido un profundo influjo en la devoción mariana de muchos fieles y también en mi vida. Se trata de una doctrina vivida, de notable profundidad ascética y mística, expresada con un estilo vivo y ardiente, que utiliza a menudo imágenes y símbolos. Sin embargo, desde el tiempo en que vivió san Luis María en adelante, la teología mariana se ha desarrollado mucho, sobre todo gracias a la decisiva contribución del Concilio Vaticano II. Por tanto, a la luz del Concilio se debe releer e interpretar hoy la doctrina monfortana, que, no obstante, conserva su valor fundamental»[2].

La esclavitud de Jesús y de María, base de nuestra esclavitud mariana

Enseña S. Juan Pablo II que con su encarnación el Verbo de Dios se hizo esclavo, pues asumió la forma de esclavo al hacerse hombre para salvarnos. Su Madre, María Santísima, al recibir el anuncio de que el Verbo habría de encarnarse en su seno, por medio de su sí se hizo a su vez esclava de Dios y de este plan divino de redención. Es este designio de misericordia de Dios y esta libre asociación y cooperación al misterio de la redención, lo que da a María un lugar exclusivo en la redención del género humano como Corredentora. Ella es la primera que asume la forma de vida que el Hijo de Dios escogió para salvarnos, pues así como Él se hizo obediente al designio de salvación hasta la muerte en Cruz así ella, a su vez, se hace esclava de Dios y coopera con la totalidad de su ser al plan de la redención. Por lo tanto, también nosotros, por nuestra parte, queremos cooperar al plan de Dios para la salvación de los hombres, especialmente los de nuestro tiempo, con nuestra total entrega o esclavitud a Jesucristo, a través de María. De este modo ponemos nuestro ideal en responder con amor total al inmenso amor del Hijo de Dios y de su Madre en la obra de la encarnación y redención. Al pie de la Cruz fuimos hechos hijos de María, y allí quedó asociada nuestra suerte al misterio de la Redención obrado en el Calvario, nuestra total incorporación a Cristo por medio de María (Cf. S. Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem, 5).

 

María y el Misterio de la Trinidad[3]

«La espiritualidad trinitaria en comunión con María: un aspecto que caracteriza la enseñanza de Montfort. En efecto, él no propone una teología sin influencia alguna en la vida concreta y tampoco un cristianismo “por encargo”, sin asumir personalmente los compromisos que derivan del bautismo. Al contrario, invita a una espiritualidad vivida con intensidad; estimula a entregarse, con una decisión libre y consciente, a Cristo y, por medio de él, al Espíritu Santo y al Padre. Desde esta perspectiva se comprende cómo la referencia a María perfecciona la renovación de las promesas bautismales, puesto que María es precisamente la criatura “más semejante a Cristo” (cf. Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen, 121). Sí, toda la espiritualidad cristocéntrica y mariana que enseña Montfort deriva de la Trinidad y lleva a ella. A este respecto, impresiona su insistencia en la acción de las tres Personas divinas en relación con María. Dios Padre “dio a su Hijo único al mundo sólo por medio de María” y “quiere tener hijos por medio de María hasta el fin del mundo” (ib., 16 y 29). Dios Hijo “se hizo hombre por nuestra salvación, pero en María y por medio de María” y “quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse día a día, por medio de su amada madre, en sus miembros” (ib., 16 y 31). Dios Espíritu Santo “comunicó a María, su Esposa fiel, sus dones inefables” y “quiere formarse, en ella y por medio de ella, a elegidos” (cf. ib., 25 y 34). […]

Repitiéndole a diario Totus tuus y viviendo en sintonía con ella, se puede llegar a la experiencia del Padre mediante la confianza y el amor sin límites (cf. ib., 169 y 215), a la docilidad al Espíritu Santo (cf. ib., 258) y a la transformación de sí según la imagen de Cristo (cf. ib., 218-221)».

María y el Misterio de la Encarnación “Ad Iesum per Mariam”[4]

San Luis María contempla todos los misterios a partir de la Encarnación, que se realizó en el momento de la Anunciación. Así, en el Tratado de la verdadera devoción María aparece como “el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán”, la “tierra virgen e inmaculada” de la que él fue modelado (n. 261). (…) “Toda  nuestra perfección -escribe san Luis María Grignion de Montfort- consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo; la más perfecta de todas las devociones es sin duda alguna la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a este acabado modelo de toda santidad; y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, es consiguiente que, entre todas las devociones, la que consagra y conforma más un alma a nuestro Señor es la devoción a la santísima Virgen, su santa Madre, y cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo” (Tratado de la verdadera devoción, 120).

Santidad y vida teologal: Esclavitud de amor[5]

En la espiritualidad monfortana, el dinamismo de la caridad se expresa especialmente a través del símbolo de la esclavitud de amor a Jesús, según el ejemplo y con la ayuda materna de María. Se trata de la comunión plena en la kénosis de Cristo; comunión vivida con María, íntimamente presente en los misterios de la vida del Hijo: “No hay, asimismo, nada entre los cristianos que nos haga pertenecer tanto a Jesucristo y a su santa Madre como la esclavitud voluntaria, según el ejemplo del mismo Jesucristo, que “tomó la forma de esclavo” (Flp 2, 7) por nuestro amor, y el de la santísima Virgen, que se llamó sierva y esclava del Señor. El apóstol se llama por altísima honra “siervo de Cristo” (Ga 1, 10). Los cristianos son llamados muchas veces en la Escritura sagrada, servi Christi” (Tratado de la verdadera devoción, 72). […] Por tanto, la esclavitud de amor debe interpretarse a la luz del admirable intercambio entre Dios y la humanidad en el misterio del Verbo encarnado. Es un verdadero intercambio de amor entre Dios y su criatura en la reciprocidad de la entrega total de sí.

 

En los escritos de san Luis María encontramos el mismo énfasis en la fe que vivió la Madre de Jesús a lo largo de un camino que va desde la Encarnación hasta la cruz, una fe en la que María es modelo y “tipo” de la Iglesia. San Luis María lo expresa con una gran riqueza de matices cuando expone a su lector los “efectos maravillosos” de la perfecta devoción mariana: “Cuanto más ganéis la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen fiel, más fe verdadera tendréis en toda vuestra conducta; una fe pura, que hará que no os inquietéis de lo sensible y de lo extraordinario; una fe viva y animada por la caridad, que hará que no obréis sino por motivos de puro amor; una fe firme e inquebrantable como una roca, que os mantendrá firmes y constantes en medio de las tempestades y las tormentas; una fe activa y penetrante que, como un divino salvoconducto, proporcionará entrada en todos los misterios de Jesucristo, en los fines últimos del hombre, y en el corazón de Dios mismo” (Tratado de la verdadera devoción, 214).

El Espíritu Santo invita a María a “reproducirse” en sus elegidos, extendiendo en ellos las raíces de su “fe invencible”, pero también de su “firme esperanza“(cf. Tratado de la verdadera devoción, 34). En la antífona Salve Regina, la Iglesia llama a la Madre de Dios “Esperanza nuestra”. San Luis María usa esa misma expresión a partir de un texto de san Juan Damasceno, que aplica a María el símbolo bíblico del ancla (cf. Hom. I in Dorm. B.V.M., 14: PG 96, 719): “Unimos (…) las almas a vuestras esperanzas, como a un ancla firme. Los santos se han salvado porque han sido los más unidos a ella, y han servido a los demás para perseverar en la virtud. Dichosos, pues; mil veces dichosos los cristianos que ahora se unen fiel y enteramente a María como a un ancla firme y segura” (Tratado de la verdadera devoción, 175). A través de la devoción a María, Jesús mismo “escuda el corazón con una firme confianza en Dios, haciéndole mirar a Dios como su Padre; le inspira un amor tierno y filial” (ib., 169).

Pidamos por intercesión de San Luis María Grignon de Montfort y de San Juan Pablo II la gracia de crecer en nuestro amor y servicio a la Santísima Virgen a fin que por este camino más fácil, más corto y más seguro, lleguemos a contemplar a Jesús, el fruto bendito de María.

 

Hermana Maria de Montserrat

[1] Discurso de S. Juan Pablo II a los Participantes en el VIII Coloquio Internacional de Mariología (13/10/2000), n.1; http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/speeches/2000/oct-dec/documents/hf_jp-ii_spe_20001013_8-colloquio-mariologia.html

[2] San Juan Pablo II, Carta a la Familia Montfortana, Vaticano 8/12/2003 http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/letters/2004/documents/hf_jp-ii_let_20040113_famiglie-monfortane.html

[3] Discurso de S. Juan Pablo II a los Participantes en el VIII Coloquio Internacional de Mariología (13/10/2000)

[4] San Juan Pablo II, Carta a la Familia Montfortana, Vaticano 8/12/2003, nn.2, 4.

[5] San Juan Pablo II, Carta a la Familia Montfortana, Vaticano 8/12/2003, nn.6-8.

Comentarios cerrados.