María, Madre de Dios y Madre nuestra

Vos sois la que nos desata del poder -de Lucifer y la que puede hacer el lodo mas que la plata ; y el pecado que nos mata matais vos con peticiones a Dios.

(Nicolás Núñez, “La Virgen Madre”)

 

Por ser Madre de Dios, María es también Madre Nuestra.

Muy hermosamente lo dice San Juan de la Cruz en su Oración del alma enamorada: “Y la Madre de Dios es mía, porque Cristo es mío”.

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Cuando en el año 241, Nestorio comenzó a difundir la falsa doctrina de que María no podía ser la Madre de Dios, los obispos se reunieron en la ciudad de Éfeso, en donde según la tradición la Santísima Virgen pasó sus últimos años, y declararon solemnemente el dogma: “La Virgen María sí es Madre de Dios, porque su Hijo, Cristo, es Dios”.

¡Cuánta confianza y profunda alegría debería llenar nuestros corazones al considerar esta verdad de nuestra fe!

Dios creó a la Santísima Virgen Pura y sin mancha porque la quiso hacer su Madre, pero esta misma Madre que quiso para sí, la quiso también para nosotros, porque Ella está asociada íntimamente a ese plan de salvación.

Vemos a María, como Madre del Verbo Encarnado, Jesús, Dios hecho hombre. ¡Cuántos desvelos de esta Madre por ese Hijo Divino! ¡Cuántos sufrimientos y también cuántas alegrías profundas se habrán vivido en la humilde casita de Nazaret! Pero esos desvelos, esas alegrías y sufrimientos, la Madre de Dios las sigue viviendo, esta vez con cada uno de nosotros. Esa maternidad divina que comenzó en el momento de la Encarnación, se prolonga, por así decirlo hasta nuestros días, y María sigue velando y cuidando, no ya del Hijo Divino como lo hacía en Nazaret, sino de los hijos pecadores y débiles, que por ser tales, necesitan especialmente de Ella.

Podemos imaginar con mucho fundamento, a la Virgen, en el cielo, que no descansa ni un instante… está atenta a las lágrimas de unos, a los gozos de otros, a las penas y necesidades de todos… Y como es Madre de Dios, como tal hace valer sus derechos, y cual otras Bodas de Caná, pide a ese Hijo que es rico de dones, todopoderoso y muy bondadoso, que extienda generosamente sus gracias sobre esos hermanos tan pequeños y débiles, que aunque nada valen, son también herederos del cielo.

Por eso, la Iglesia nos enseña que en este primer día del año, honremos a quien Dios quiso hacer su Madre y Nuestra Madre.

Es justo que lo hagamos, ya que, si somos sus verdaderos hijos, debemos seguir los consejos de San Luis María a los verdaderos devotos de la Virgen, que se pueden enumerar así:

1º honrarla como a digna Madre de Dios, con un culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los otros santos, por ser Ella la obra maestra de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

2º meditar sus virtudes, privilegios y acciones;

3º contemplar sus grandezas;

4º ofrecerle actos de amor, alabanza y acción de gracias;

5º invocarla de corazón;

6º ofrecerse y unirse a Ella;

7º realizar todas las acciones con intención de agradarla;

8º comenzar, continuar y concluir todas las acciones por Ella, en Ella, con Ella y para Ella a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, nuestra meta definitiva.

Honremos a nuestra Madre Celestial, y pidámosle que sea nuestra guía y también nuestra confidente y refugio en este año que comienza.

Repitamos con San Juan Damasceno: “Si confío en ti, oh Madre de Dios, me salvaré; protegido por ti, nada temeré; con tu auxilio, combatiré a mis enemigos y los pondré en fuga: porque ser devoto tuyo es una arma de salvación que Dios da a los que quiere salvar”.

 

 

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